Desde que comenzó el aislamiento social preventivo y obligatorio en Argentina (¡y el mundo!), debido a la irrupción del COVID-19, cada vez más personas pueden reconocer el volumen de desechos que producen a diario y la necesidad de incorporar formas de disminuir su volumen como, por ejemplo, aprender a compostar. Si bien este proceso es sencillo, se recomienda conocer el paso a paso para asegurar una experiencia óptima, y por qué no, inspirar a nuestro círculo íntimo a adoptar este hábito.
En primer lugar, es necesario encontrar un lugar adecuado para incorporar los residuos orgánicos generados. Independientemente si se trata de una persona que vive sola en un departamento pequeño o una familia que vive en una casa con jardín, todxs pueden practicarlo. Para facilitar el proceso, es clave identificar qué alternativa es la ideal para cada unx y ¡comenzar a hacerlo!
La elección del tipo de compostera va a depender de varios factores. La cantidad de personas que habitan el hogar y su tipo de alimentación, el presupuesto y el espacio disponible para su colocación, son datos relevantes para decidirlo. Por ejemplo, para una joven que vive en un monoambiente con balcón, un balde o una maceta pueden funcionar muy bien. En cambio, para una familia “tipo” que tiene una dieta vegetariana, y, en consecuencia, produce un mayor volumen de residuos orgánicos, esta alternativa puede resultar inadecuada.
Si bien en el mercado existen distintos modelos de composteras listas para su uso, se puede armar fácilmente una “hecha en casa”. Un tacho de pintura, un bidón de plástico, un cajón de verduras o incluso un neumático viejo son algunas alternativas que pueden funcionar perfectamente bien como contenedor. En cualquier caso, es muy importante asegurarse que el recipiente se encuentre limpio y seco. Además, hay que tener en cuenta que el proceso de compostaje genera lixiviados ó “jugos de la basura”.
Para facilitar su recolección, es necesario realizarle varias perforaciones a la compostera y colocarle una bandera por debajo para que los líquidos se almacenen allí. Los lixiviados, al ser diluidos en la proporción correcta, es decir, una parte por cada quince de agua, pueden utilizarse como fertilizante orgánico para plantas. La solución puede emplearse para riego cada al menos quince días.
¿Qué hacer una vez que tengo un recipiente? El primer paso es incorporar restos de alimentos de origen vegetal, o sea, frutas y verduras, idealmente trozadas para facilitar su degradación. También se puede añadir cáscara de huevo, siempre que haya sido enjuagada previamente, borra o filtro de café y saquitos de té. Si bien se pueden agregar cítricos, yerba mate y ajo, deben sumarse en pequeñas cantidades para evitar que el compost resulte muy ácido.
En simultáneo, se recomienda agregar de forma intercalada lo que se conoce como “material seco”. Se trata de cubrir los restos de comida con capas de: hojas secas, aserrín, ramas pequeñas, fósforos usados, papeles y cartones libres de tinta. No es necesario arrojar todos y cada uno de ellos, sino que se puede ir armando con los materiales que estén al alcance.
Este proceso de descomposición requiere de un ambiente oscuro, por eso, siempre que sea posible, se recomienda juntar el material orgánico que va a ingresar a la compostera previamente, durante dos a tres días. Así, se puede evitar abrir constantemente el recipiente. Para prevenir cualquier dificultad, es importante distinguir qué cosas no deben ir al compost. Alimentos de origen animal, huesos, grasas y aceites, excrementos de cualquier tipo, materiales sintéticos, comidas condimentadas, deben tener como destino el cesto de basura convencional, donde se tiran los no reciclables.
El contenido debe mezclarse regularmente, cada dos o tres días, hasta que el compost esté listo. Este hábito tiene múltiples beneficios: impide la producción de mal olor, facilita el aporte de oxígeno necesario para el proceso y evita la presencia de moscas. A medida que se remueve, hay que prestar atención a su humedad, que debe estar presente en nuestra compostera en aproximadamente un 70%. Por este motivo, es importante reconocer si el producto tiene agua en exceso para corregirlo. Para verificarlo, basta tomar un montoncito del recipiente y presionarlo con la mano. Si chorrea agua, habrá que agregar más capas de material seco para compensarlo.
El abono se produce en un período que puede ir de tres a seis meses, según el caso. ¿Cómo podemos identificar que ya “está listo” para volcarlo en nuestras plantas? El aspecto será de una tierra llena de nutrientes, mucho más oscura que al inicio del proceso. Ya no se identificarán trozos de alimentos. Además, no tendrá olor a residuo, sino a “bosque”.
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