Debido a la coyuntura sanitaria global, desde la irrupción del COVID-19 en el mundo, el consumo de productos descartables aumentó. Por un lado, la situación epidemiológica hizo proliferar la utilización de plásticos de un solo uso por el aumento de pedidos de delivery y compras de supermercado a domicilio. Esto implica que el packaging “extra” que proviene de estas actividades lo tenemos ahora en nuestras casas.
Por otro lado, se emplearon más insumos médicos desechables, como guantes de látex, camisolines, barbijos, entre otros, porque así lo requiere el sistema de salud. Es evidente que este contexto mundial produjo un retroceso en relación al empleo del plástico. Así lo expresó la ONU: “la pandemia podría revertir cualquier progreso realizado en la reducción del consumo de plástico de un solo uso”.
Desde Fundación Ambiente y Medio se hace un gran trabajo para visibilizar que hablar de plástico no siempre es sinónimo de reciclado. De hecho, existen siete categorías diferentes de este material. En muchos casos podemos ver que están identificados con un número, que va del uno al siete, y suele encontrarse alrededor del símbolo de reciclaje. Conocer esta distinción es esencial para obtener un reciclado óptimo y efectivo. En particular, cuando hablamos de plásticos de un solo uso, tenemos que considerar tres clasificaciones diferentes: el tereftalato de polietileno (PET), polietileno de baja densidad (PEBD) y el polipropileno (PP).
El plástico tipo 1, más conocido como PET, se utiliza, por ejemplo, para producir botellas de agua. En este caso, el verdadero problema está en torno a su reciclado. En Argentina, diariamente se desechan más de 13 millones de botellas por día y sólo el 30% se recupera. Las bolsas de plástico, diferentes envoltorios de alimentos y servilletas, y sachets de leche, en cambio, suelen producirse a partir del polietileno de baja densidad, que se identifica con el número 4. Cuando este material no es correctamente tratado, resulta peligroso ya que puede liberar al ambiente gases de efecto invernadero. Por último, tenemos que añadir al grupo de plásticos de un solo uso, los envoltorios de galletitas o snack. En general, se producen con polipropileno y se reconocen por el número 5.
Como proviene del petróleo, un recurso que requiere cientos o miles de años para formarse, el plástico es considerado un bien no renovable. Este material es muy dañino para el ambiente ya que puede tardar hasta 1000 años en degradarse. Como consecuencia, los ecosistemas se ven gravemente afectados. Pablo Denuncio, del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (IIMYC-UNMDP/CONICET), identifica dos consecuencias principales del impacto de este material en la fauna marina.
La primera son los enmallamientos, que se producen cuando los animales quedan atrapados o sujetos, por ejemplo por bolsas o residuos pesqueros. “Si el enredo es muy grande, el animal va a dejar de moverse. Si no puede nadar, no puede alimentarse ni evadir depredadores por lo que termina muriendo”, asegura. Sin embargo, esta no es la única forma de impacto. La ingesta de piezas plásticas, de forma accidental o por consumo de alimento, es el segundo efecto. El experto afirma que algunos tipos de residuos al ser digeridos, pueden provocarles saciedad. “Los animales dejan de alimentarse. En consecuencia, se deshidratan y por eso, pueden terminar varados en la costa”.
Los niños cumplen un rol primordial como portavoces del mensaje de las buenas prácticas ambientales a sus familias y al resto de la sociedad. Esta convicción fue la que motivó el lanzamiento de “Ecoaula digital”, nuestra plataforma de educación ambiental dirigida a estudiantes y docentes de escuelas primarias y secundarias. La herramienta busca ser fuente de contenidos gratuitos online para todos los interesados en conocer hábitos sustentables que permitan mitigar la problemática del plástico. Para conservar el ecosistema marino, es clave mantener los espacios naturales libres de desechos, por eso, educar a la población acerca de la correcta disposición de los residuos resulta elemental.