Un sistema de alumbrado público ineficiente, la utilización de reflectores y cañones láser, así como la falta de regulación del horario de apagado de carteles publicitarios o iluminación de monumentos, pueden generar lo que se conoce como «polución lumínica».
Dicen que el hombre es un animal de costumbres. Quizá por eso este problema esté tan extendido en las grandes ciudades, tanto como es desconocido. Su falta de popularidad, sin embargo, no significa que tenga menos impacto en nuestras vidas. Más bien todo lo contrario: la luz artificial, emitida en intensidades, direcciones u horarios inadecuados, puede ser muy perjudicial para el medioambiente, el ciclo vital de los animales y nuestra propia salud.
La contaminación lumínica se debe, en gran medida, a un diseño ineficiente de las luminarias de las ciudades, donde se utilizan globos que apuntan hacia arriba más de la mitad de la luz que producen. Si observamos fotos satelitales del mundo de noche, el halo que se observa desde el espacio es luz que está apuntando al cielo y que, por lo tanto, se está derrochando. Esto tiene evidentes consecuencias económicas y ambientales, pero también científicas, ya que les niega a los astrónomos el cielo oscuro que precisan para hacer su trabajo.
Otra de sus formas es la «luz intrusa», que es la que ingresa en nuestros domicilios sin ser invitada. Es común que esto suceda con las pantallas LED de las publicidades u otras luminarias mal ubicadas, que, al mantenerse prendidas toda la madrugada, además generan un gran desperdicio de energía.
La contaminación también aparece cuando la luz se utiliza de forma abusiva o innecesaria, como ocurre con las luces altas del auto. La luz que encandila, además de un gasto inútil, puede significar un peligro para el tránsito vehicular y peatonal, porque hace que el ojo pierda la visibilidad de forma momentánea.
Nadie pretende que vivamos en penumbras. Iluminar bien no significa iluminar menos, sino evitar el derroche, molestar visualmente a las personas y tapar nuestro cielo. En Argentina, algunos lugares ya cuentan con normativas específicas para el control de esta contaminación, lo que asegura buenas prácticas de iluminación, por ejemplo, en Malargüe (Mendoza), Santa Fe, San Juan y San Antonio de los Cobres (Salta).
Iluminar bien no significa iluminar menos, sino evitar el derroche, molestar visualmente a las personas y tapar nuestro cielo.
→ Ambiente: la potencia lumínica dirigida hacia las nubes es luz que no está cumpliendo ninguna función. Esta producción de electricidad implica el consumo de combustibles fósiles que emiten gases de efecto invernadero, responsables del cambio climático. En este punto se produce una paradoja, porque mientras que desde los Gobiernos se incentiva el uso de lámparas de bajo consumo, se desperdicia energía con alumbrado público ineficiente.
→ Animales: muchos animales e insectos, como polillas, mariposas, tortugas y aves, tienen hábitos nocturnos, como la reproducción y polinización. Que nunca se haga de noche les impide cumplir sus funciones y los puede llevar a la extinción. Además, la mala iluminación contribuye a la muerte de animales marinos y terrestres. Mientras que las aves migratorias chocan contra edificios iluminados, las tortugas marinas recién nacidas confunden las luces que llegan de la calle con el brillo natural del océano.
→ Salud: el ser humano tiene ritmos biológicos. Uno de ellos está asociado con la rotación del planeta, que asegura días y noches. En la oscuridad, el cerebro manda una orden para que comience la producción de melatonina, la hormona inductora del sueño. Pero la luz inhibe su producción y puede provocar dolor de cabeza, disfunciones sexuales, fatiga visual, insomnio y envejecimiento prematuro.
Mirar el cosmos nos conecta con el lugar del que venimos y con el interrogante acerca de quiénes somos. Desde la Antigüedad, las estrellas sirvieron de inspiración a los poetas y de guía a los viajeros. Y aunque en el día a día estemos distraídos en otras actividades, siguen siendo nuestra ventana al universo. Pero las luces apuntando hacia arriba hacen que las estrellas se apaguen. Actualmente, un quinto de la humanidad ya no puede ver la Vía Láctea. Y en las grandes ciudades, los chicos difícilmente sepan cómo se ve un cielo verdaderamente estrellado.
Quienes más trabajan para recuperar la oscuridad perdida y, con ella, su fuente de trabajo son los astrónomos, aunque, en realidad, lo que defienden es un valor cultural y un derecho de todos. Así lo entendió la Unesco, que en 2007 declaró la visibilidad del cielo nocturno patrimonio intangible de la humanidad.
→ Utilizá los artefactos con protecciones superficiales que hagan que la luz se difunda hacia abajo y no hacia arriba. Lo peor que podemos usar para iluminar un exterior es un farol tipo «globo», que lo hace hacia arriba.
→ Iluminá solo los lugares necesarios y apagá las luces cuando no sean indispensables. Si pueden instalarse sensores de movimiento, mucho mejor.
→ Para cuidar tu producción de melatonina, apagá las luces, el televisor y la computadora antes de irte a dormir.
→ Siempre que puedas, utilizá luces LED, que tienen una eficiencia del 95% y minimizan la huella de carbono.
→ Usá fuentes no contaminantes, como las lámparas de mercurio.
→ Dale difusión a esta problemática, compartiéndola en las redes sociales. Otra forma es participar activamente de las campañas que encuentres en defensa de un cielo oscuro.
Expertos consultados: Beatriz García, astrónoma / Mariano Ribas, coordinador de Astronomía del Planetario Galileo Galilei / María de los Ángeles Vivanco, documentalista / Leonardo M. Espeche, diseñador de iluminación en el Centro Inti Tucumán y Viviana Bianchi, miembro de LIADA (Liga Iberoamericana de Astronomía).
Nota escrita para Revista Ohlalá!